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Don Juan y el juez salieron del inquilinato bajo las miradas desaprobadoras de los ocupantes.

-Es bastante extraño cómo gente de todo el mundo reacciona de la misma forma frente al mismo tipo de situaciones -reflexionó el juez una vez en la calle-. Puede que no tengan nada que ver con lo que estamos investigando, pero cierran filas para no dejarte pasar. Tienen miedo.
-Si no hicieron nada, no deberían temer -contestó don Juan.
-No es tan simple. Uno se involucra también, por ejemplo, si vio y no hizo nada para corregir, si alguien le contó algo y no denunció, o si oyó de costado y lo dejó pasar. En fin, las posibilidades son infinitas. Hay varias zonas grises en las que nadie quiere poder el pie.
-Entiendo que, en el momento, el que vio u oyó no haya sabido qué hacer, pero ahora tienen una oportunidad de volver atrás, Modesto. ¿Por qué no la aprovechan?
-Porque lo que pasó, pasó, Juan. No hay vuelta atrás. Y ahora, estas personas no quieren que les hagan preguntas, que les remuevan las conciencias, que lo detengan o los metan presos por equivocación. No quieren quedar salpicados. Hay mucho hombres acá y cualquiera pudo haber sido.

Texto: El juramento de los Centenera
(Lydia Carreras de Sosa) 


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