el tiempo no se puede congelar

Agatha sonrió por inercia. Parecía feliz, como siempre, como toda su vida. Louise la abrazó -tanto que creyó quedarse sin fuerzas- y le sonrió. Le sonrió porque el tiempo no pasaba para ninguna de las dos.
-Siempre igual -le dijo cuando terminó de sentarse en el sillón de mimbre que descansaba en el jardín de aquella casa.
-¿No es esa la promesa que nos hicimos? -dijo Louise imitando la acción de su amiga pero con un poco más de dolor.
-Pero el tiempo sigue pasando -Agatha habló con un dejo de tristeza.
-El tiempo siempre va a pasar, Agatha, pero miranos, seremos viejas y nos costará sentarnos en unas simples sillas. Pero ¿quién nos quita lo bailado? -y al terminar de toser pudo sonreír abiertamente (como lo había hecho toda su vida).

Agatha hizo silencio. Comprendió que el tiempo lo era todo y que al mismo tiempo no importaba. Que a pesar de todo lo que había sucedido en cada una de sus vidas, seguían juntas, como se lo prometieron cuando ambas tenían 15 años.

Louise solamente pudo sonreír. Pudo regalarle una de sus sonrisas, esas que eran infinitas. Y enseñarle que el tiempo no pasaba. Que todavía podían ser esas nenas que pasaban horas y horas estando juntas y jamás se cansarían la una de la otra.

Que el Sol siempre brillaría para ellas.