miró el cielo gris que se alzaba sobre ella y por inercia -e irónicamente, tal vez- sonrió. Todos sus días se habían vuelto grises, sin cómos y ni porqués, pensaba que eso era lo que merecía, que eso del sol, de brillar, de vivir ya no le pertenecía. Estaba vacía. Estaba arrepentida, y le daba furia ya no ver dos tazas de té sobre su mesa, los jazmines podridos en el mismo jarrón de siempre y la cama desarreglada, parecía un infierno. Todo había quedado roto, destrozado. No había música, no había almas, no había nada.
volvió a mirar al cielo y no lloró. sonría. irónicamente sonreía.
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