dos días en la vida

Honey honey honey Babe y ya dejemos de llorar te veo ahí en media hora no te olvides: nos largamos de aquí
-Dale, deja de llorar te veo ahí en media hora, no te olvides: ¡nos largamos de aquí! –te canturreó tu amiga la rubia por el tubo del teléfono. ¿Qué te quedaba al fin? Un departamento vacío y un amor que nunca había existido. Nada. Ya con veintitrés años a nadie le iba a importar si te escapabas dos días en la vida con Thelma – el nombre de aventuras de tu amiga la rubia-. Armaste un bolsito chiquito y decidiste bajar para esperar a Eugenia y de paso fumarte un pucho. Media hora más tarde tu amiga te tocaba bocina sacándote de tus pensamientos y llamándote para que subieses al auto. -¡Dos días en la vida! –le gritaste y canturreaste después de saludarla. -¡Sólo dos! –te contestó como si fuera un aviso. Dos y nada más. Solamente dos. Eran amigas desde que tenían seis años, desde que habían entrado a ese colegio privado para, de una u otra forma, armar su vida. Y aunque habían ido juntas solamente seis años de los doce, nunca se separaron.
Dos días en la vida nunca vienen nada mal de alguna forma de eso se trata vivir.
Y ese era su lema: que dos días en la vida nunca venían nada mal, que de alguna forma de eso se trataba vivir, como cantaban Fito y Fabiana. Y lo que más gracia les causaba a ustedes dos y a sus amigos era que nunca decían sus verdaderos nombres. Por una cuestión de joder al otro, de divertirse como amigas, como siempre habían querido desde chiquitas cuando planificaban sus dos días en la vida porque tu hermana mayor te había influenciado bastante con el rock nacional y por más que a vos te encantaran esas banditas que cantan en inglés –como ella decía- tenías tu propia debilidad por la música de tu país.
Salieron en un coche descansaron en un bar con mejicanos margaritas dos chicas: una sabe mentir eligen una mesa un par de tragos y a bailar. Thelma y su cowboy que que ahora la saca de allí.
Y en un bar pararon a tomar algo. Dos chicas: una sabe mentir. Le dijo el de la barra -que las conocía como a la palma de su mano- a uno que estaba bastante pasadito y te señaló. -Thelma y Louise –y las dos, la rubia y la morocha. Eugenia y vos, Thelma y Louise estallaron en risas. Y el de la barra también, porque sabía perfectamente que eran Lali y Euge. Una mesa, un par de tragos y a bailar. Con quien fuese. Lo importante era divertirse y pasarla bien como siempre hacían cuando se tomaban juntas dos días en la vida. Thelma y su cowboy que la saco de ahí. Y te dejó sola y aunque habían prometido no dejarse solas y no pasarse de tragos, ninguna de las dos cumplió. Vos porque te habías pasado de tragos, ella porque te había dejado sola.
Presa del mal quise escapar el tipo trata de violarla cae Louise -¡¡Qué te salgas de ahí!! Vas a pedir, vas a pedir piedad o te vuelo la cabeza puercoespín.
-¡¡Qué salgas de ahí!! –le gritaste borracha, porque tu olor lo evidenciaba, en la puerta del reservado del bar. Porque sabías que estaba ahí con el cowboy, como ella llamaba a los chicos de esos dos días en la vida. Ya era tiempo de escapar. -Vas a pedir, vas a pedir piedad o te vuelo la cabeza puercoespín –te cantó borracha Thelma, Eugenia o simplemente tu amiga la rubia.
La bala fue precisa, el mismo tipo no hablo mas tomaron una carretera la botella y se marcharon de ahí dormí con el ladrón y me dio amor hasta llorar me voy a México rápido dijo Louise.
Y nunca se iban a cansar de cantar su tema, como todo el mundo les decía. Porque era su tema y porque las describía de pies a cabeza. Después de algunas horas de viaje pararon en una estación de servicio.
Thelma entro y robo en el supermarket sabias, ¿tu chico vio MTV? los militares odian esas almas y yo las quiero para mi.
Te causó gracia –como todo, porque estabas borracha- cuando viste salir a Eugenia con un paquete de algo en las manos y riéndose. -Thelma entró y robó en el supermarket –cantó y te mostró un paquete de alguna marca de papas fritas. Ustedes si que eran amigas. De esas que estaban para todo, siempre. Y cuando iban al colegio las conocían como Thelma y Louise, y como las que andaban juntas para todos lados. Siempre les decían que se la re creían pero siempre supieron que no era así. Eran gritonas y llamaban la atención por pura naturaleza. Y al otro día te levantaste con la mejor resaca del mundo. Y si ese mismo día hubieran entregado un premio a la mejor de las resacas, sin dudas te lo hubieras ganado. Y no sabías si todo lo que creías que había pasado era cierto. Pero si sabías que sin dudas, habían sido los mejores dos días en la vida que te habías tomado, con tu amiga, por supuesto.
Debo decir, debo decir las cosas se pusieron mas difíciles y sabes que si si lo soñé o lo viví las chicas conmigo son Thelma y Louise.
Y unos años después te diste el lujo de presentarte no como Louise, sino como Lali. Como la mujer que eras de verdad. Porque tuvieron muchísimos más días en la vida. Pero ninguno como esos dos, cuando conocieron a esos dos. Y supiste que era un ida y vuelta lo de ustedes. Pero que era juntos o nada. Ya no eran dos días en la vida, eran siete días en la vida. Y todos los que vinieran los iban a encontrar juntos. Porque la noche esa que conociste a un tal Juan Pedro en la barra de ese bar, donde el de la barra te acusaba de mentirosa, la vida te cambió para siempre. Y supiste que querías aprender a escuchar el silencio, como él llamaba a esos quince o veinte minutos que se quedaban en la cama haciendo nada. -Escuchemos al silencio y dejemos que nos aturda –te susurraba todas las mañanas al oído para después dejarte un beso ahí, porque sabía que era tu debilidad. Y cómo no iba a ser tu debilidad si era lo más dulce que habías conocido. Y tu vida estaba cargada de idas y nunca de vueltas, de amores que nunca habían sido. Pero con él aprendiste que si se podía. Quisiste aprender a elegir. Te permitiste elegir mal, llorar, equivocarte y valorar las veces que elegías bien. Llorar menos pero con lágrimas filosas y sabias. Despertarte y caer en la cuenta de que todavía estas viva. -Amar mis virtudes y conocer de a poco cada uno de mis defectos. Amarme a mí misma. Y permitir que me amen. –le leíste a tu bebé (y por más que ya tuviera catorce años, te permitías llamarla bebé) y cerraste la tapa de ese cuaderno de hojas lisas que tenía de título “Dos días en la vida”. Porque solamente en dos días compartiste la mejor de las experiencias con tu mejor amiga. Porque en dos días conociste al amor de tu vida. Porque en dos días aprendiste cosas que jamás habías imaginado aprender. Porque tu vida se resumió toda en dos días en la vida. -Ya estoy en la mitad de esta carretera tantas encrucijadas quedan detrás... Ya está en el aire girando mi moneda y que sea lo que sea. Todos los altibajos de la marea todos los sarampiones que ya pasé... Yo llevo tu sonrisa como bandera y que sea lo que sea. Lo que tenga que ser, que sea y lo que no por algo será. No creo en la eternidad de las peleas ni en las recetas de la felicidad. Cuando pasen recibo mis primaveras y la suerte este echada a descansar yo miraré tu foto en mi billetera y que sea lo que sea. Y el que quiera creer que crea y el que no, su razón tendrá. Yo suelto mi canción en la ventolera y que la escuche quien la quiera escuchar. Ya esta en el aire girando mi moneda y que sea lo que sea. –te cantó después de escuchar la historia, tu historia. Te cantó a vos y a los otros dos amores de su vida. Porque esos dos días en la vida él también conoció al amor de su vida, porque él también aprendió miles de cosas. Porque su filosofía de vida era esa: llevar la sonrisa de cada uno como bandera, y que sea lo que sea.
Érase una noche común, era en una mesa de bar, era enero en aquel lugar, y ella te miró de una manera: agua de mar. Era de fumar y reír, era de saber esperar, era de salir a buscar, no era una mirada cualquiera: era de amar.

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