para leer en noviembre


Uno despierta un noviembre,
y las cosas no siguen igual.
Es raro abrir los ojos   
y encontrar una nota de despedida sobre la cama.
Sobre todo en noviembre,
cuando es probable encontrar otras cosas
es fácil encontrar un libro
o un vaso
o un poco de ceniza sobre la almohada
o un número telefónico sin nombre
pero no una nota.
En noviembre no se puede decir adiós, 
es una falta de cortesía.
En noviembre las manos estrujan entre ellas
una ilusión de sobriedad perdida en cualquier bar 
a la hora precisa de echar a correr con la miseria colgando del cuello,
pero no andan acariciando unas palabras 
ni escupiendo líneas transversales que apuntan a un reloj que duerme sin recordar.
En noviembre uno olvida. 
Uno termina leyendo el mismo libro,
escribiendo las mismas palabras 
y lamentando las mismas cosas,
los días de noviembre,
los jueves de noviembre, 
los domingos de noviembre pasados de moda al día siguiente
por cuestiones de notas que anuncian adioses
escritas para ser leídas en noviembre.
Fernando Vanegas

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