-¿Vos me querés a mí? –ella se asoma por la puerta de la cocina.
El sol que entra por la ventana le dibuja todo el cuerpo, está descalza, como siempre.
-¿Eh?
-Eso, que si me querés –tiene una taza de té en las manos. Toma un trago largo y mira desde ahí, como escondida atrás de la taza gigante.
-¿Por qué no te querría?
-No sé, dejá, es una estupidez que pensé en voz alta –ella se vuelve a la cocina.
-No, ahora decime
-No estoy dudando si me querés o no, estaba pensando, me resulta curioso el hecho de que necesitemos saber todo el tiempo que alguien nos quiere ¿no te parece?
-Sí, entiendo a lo que vas. Y no lo sé, supongo que estamos programados para sospechar todo el tiempo lo peor. Se aprende a vivir con eso creo, tenes que aprender a ver, a veces no todo se dice con palabras –le roba la taza de las manos y toma un poco.
-¿Cómo?
-No sé, hay que saber ver otras cosas, creo. Por ejemplo, cuando me haces un té sin que te lo pida me estás diciendo que me querés, que sepas que no le pongo azúcar también me hace saber que me querés. A esas cosas me refiero –ella sonríe, se acerca, se dan un beso largo.
-Te quiero
-Yo también
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