Todo está dormido. Callado. Sumergido en un eterno letargo del que no conocemos el final. Caminamos en puntas de pie a través de los días, cada vez más largos, cada vez más grises. Se agudizan los sentidos. Vemos más, escuchamos más. Los que pueden tocarán. ¿Sentimos más? ¿Pensamos más? Después viene la oscuridad. Estar en ella. Verla, sentirla, atravesarla. Pero también sale el sol y con él todos los besos prometidos. Y los abrazos, y las birras en algún bar o en el sillón. Una vez escribí que a veces nos rompemos y que a veces por ahí entra la luz. Sigo creyendo que es así. Entonces cuando estoy perdida en la oscuridad entra la luz y puedo saber que en algún momento los besos ya no serán una promesa. Que volverán a ser tan cotidianos como abrazarte y olerte el pelo en secreto. Aunque te des cuenta. Sé que te das cuenta.

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